sábado, 27 de marzo de 2010

SOLO QUIERO LOS COLGAJOS DE LA PALMA

El sacerdote nos indicaba que nos sentáramos, que nos paráramos, que nos arrodilláramos, que nos levantáramos y nos volviéramos a arrodillar parecía mas una clase de aerobic. Pero no podía menos que esperar impaciente que la Misa se acabara de una puñetera vez. Y así, iba siguiendo el rito interminable de la Misa hasta el ansiado momento en el que el Sacerdote nos diría que podíamos ir en paz y salías a toda leche para casa, y no veías ni a la borriquita de las narices, que llenaba la calle de cagadas., dijo yo que como el no pude imaginar la que se le venia encima...
De todas las Misas del año, la de Ramos era para conmemorar la llegada de Jesús a Jerusalén. Yo regresaba a casa fascinado ante el fenómeno esotérico de que un pedazo de mata cualquiera, se convirtiera en algo santo, por obra y gracia de la bendición de un cura. Con los años, me di cuenta de que el Domingo de Ramos era el domingo que precedía la Semana Santa. Era una semana fastidiosa de verdad, en la que todos los canales de televisión, los dos que había, se ponían de acuerdo para jodernos y remplazar las divertidas pelis, por unas películas de Jesús, de romanos, e historias religiosas y si ponías la radio solo había música clásica. No se podía bailar ni cantar ni na, había que comer pescado y la única diversión de la semana consistía en ir el día jueves a visitar monumentos. Había que visitar nueve nada menos. Pero lo mejor era destrozar la puñetera palma y comerte todos los abalorios chocolateriles.

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