jueves, 1 de julio de 2010

PONGAME UN CAFE Y DOS CHURROS

Todos los días entro en una cafetería a eso de las 9:45, para tomarme un café y sus churros correspondientes antes de empezar la lectura de la prensa. Normalmente entro, desayuno, reflexiono sobre trivialidades, como la cantidad de azúcar perfecta para un café, la composición de los churros, la billetera que le asoma a aquel anciano, la lágrima de aquella mujer que cae dentro de la taza que sujeta con una mano temblorosa, el gesto de amargura del camarero, la luz que se cuela por la ventana y que le da en toda la cara. Luego pago la cuenta y me voy.
A veces no pienso en nada, y no por falta de tiempo, y me voy sin terminarme el café, ni los churros, o las dos cosas, e incluso a veces no voy a la cafetería, para decepción de esa chica que se sienta al fondo y que no hace más que observarme todos los días. Claro que esto yo aún no lo se.Hoy no es uno de esos días. Hoy es el día en el que me han quitado el sitio en el que siempre me siento, y he de buscar otro, casualmente cerca del sitio en el que se encuentra esa muchacha, en la que yo aún no ha reparado.
Pido mi café con churros, lo cojo, y regreso al sitio. Estoy a punto de echar mano a la taza cuando un trozo doblado de papel aterriza en su interior, salpicándome la camisa, que a su vez salpica a los que se sientan cerca de mi.
Me giro hacia donde estimo que se encuentra el lugar de procedencia del proyectil, y me encuentro a la chica, con expresión de sorpresa y las manos cubriéndole una boca seguramente abierta. Le dirijo una mirada cargada de una mezcla explosiva entre odio y confusión, pago la cuenta, y abandono el local lo más rápido posible para cambiarme de ropa.La chica sigue sorprendida, y apenada, ahora sólo con una mano cubriendo su boca aún abierta. Unos minutos antes ella estaba sacando una libreta de su bolso, y escribiendo una breve confesión, seguida de un número de teléfono, su número, y un nombre, su nombre. Poco después estaba doblando cuidadosamente esa hoja arrancada de la libreta, y lanzándola tímidamente hacia mí mesa. Malditas sean las casualidades que hicieron que ese papel fuese motivo de mi rechazo.Ahora el papel se encuentra dentro de la taza, impregnándose poco a poco del café de él, y de las lágrimas de ella.