martes, 11 de mayo de 2010

PLANTA TREINTA Y TRES

Las puertas estaban a punto de cerrarse cuando cuatro finos dedos acabados en unas uñas impecables de porcelana, se interpusieron ante mí como un beso de metal. Sonó entonces una campanilla y se abrió el telón de acero tras el que aparecieron esos dos grandes ojos negros, con los que sólo necesito dos rápidos parpadeos para colonizar mi razón y volverme loco, como todos los días.
Traté de ignorar con dificultad su presencia dirigiendo mi mirada a un punto inaccesible a su hechizo y mantuve un silencio tenso ante ese saludo, desafiante y provocativo, con el que solía recibirme cada mañana. El simple hecho de tener que compartir con ella los siguientes cuarenta eternos segundos en un espacio de cuatro metros cuadrados sin posibilidad de escapar provocó un repentino estado de agotamiento en mi mente que me obligó a respirar con mayor rapidez.
La corbata empezó a estrangularme y varias gotas de sudor nacieron en mi frente mientras observaba de reojo cómo las yemas de sus dedos jugaban con el botón de 'stop' y su silueta se reflejaba en el espejo. Pensó que sus armas de mujer serían suficientes para hacerme caer como a tantos otros hombres sin voluntad, que silenciada su conciencia y sumidos en un estado de dulce inconsciencia, se entregan a sus instintos.
Y ahora que he recobrado la claridad de mis pensamientos, ahora que tu perfume ya no puede anestesiar mi determinación, ni tu belleza burlar mis principios, ahora que exhausto he llegado por fin a la planta treinta y tres, me alegro de haberme bajado en el primer piso y haber subido por las escaleras. Pero esto se va ha acabar, llego todos días hecho una mierda, y es que son muchas plantas y ella esta buenísima. Prefiero entregarme a sus instintos, y que sea lo que Dios quiera. Mañana no me bajo en la primera, subo hasta la planta treinta y tres.