La madurez es una puñeta. Cuando mejor esta nuestro cerebro, cuando ya creemos que tenemos todo bajo control y mas relajada es nuestra vida, va y se fastidia. Así que nos pegamos media existencia hasta conseguir la estabilidad y la otra mitad desestabilizados... No es cuestión de hablar de hijos, porque cuando comenzamos a respirar porque inician su vuelo viene todo lo que acompaña a la otra mitad de la vida.
Primero son los achaques, esos que crees que nunca vas a sufrir, esos dolores de huesos que te convierten en un madelman, articulando miembros cuando intentas levantarte de la cama o de un sillón, ese dormir menos horas, los dolores de cabeza, el tardar una semana en recuperarte de una salida nocturna, Tenerte que ponerte las gafas hasta para comer y no reconocerte ante el espejo.
Que te engorde hasta cualquier cosa sin llegar a entender porque, cuando has sido capaz de comerte un buey. Luego tus padres, porque cuando más cerca de ellos estas, cuando más te apetece disfrutar de sus recuerdos y más apacible es su compañía, van y desaparecen. Porque con los años, contemporizamos todo de tal manera que incluso personas a las que en tu juventud no tragabas e incluso odiabas, sientes ahora por ellos cierta ternura porque son, simplemente parte de tu paisaje, porque ya estamos demasiado viejos para acordarnos de tonterías.