lunes, 12 de septiembre de 2011

UN PELO POR AQUI, UN PELO POR ALLI

Suehiro Inokuma, jefe en España de una importante multinacional japonesa, acudió ayer a su oficina para firmar un acuerdo que hubiera reportado mucho dinero a su empresa. Al recibir a los clientes, el perfecto peinado con el que había salido de casa empezó a desprenderse hasta que varios mechones le cubrieron la frente dándole un aspecto grotesco y “como de borracho”.


El acuerdo no sólo no fue firmado, sino que Inokuma perdió el respeto de todos sus empleados, que no dudaron en fotografiarle con el móvil en cuanto tuvieron ocasión. Según ha podido saberse posteriormente, todo fue culpa de la gomina que usó, que era defectuosa.Su caso muestra el drama de cientos de ejecutivos que, diariamente, confían todo su éxito profesional a su peinado engominado y reluciente. “Me gusta llevar el pelo engominado. Me da un aspecto aerodinámico.La gente cuando me mira piensa: ‘Ese tío es como una bala, esquiva los problemas. Es como una cucharacha: si le quitaras la cabeza podría seguir firmando acuerdos durante días’. Sí, mi peinado me define”, dice el director general de una empresa alemana de telecomunicaciones. Aunque ya ha saltado la voz de alarma y han sido retirados del mercado todos los botes de gomina del lote defectuoso, muchos ejecutivos ven que su vida laboral puede peligrar y optan por acudir a trabajar con redecillas de pelo evitando así desprendimientos de peinado.Mario Conde, el engominado más ilustre de España, ha criticado que los ejecutivos de hoy en día no sepan reaccionar ante situaciones de crisis como la presente. “Cuando estuve en la cárcel tampoco tenía gomina y me vi obligado a utilizar alternativas. Tuve que recurrir a la vaselina. Producto que, por suerte, no escasea en la cárcel. Pero recibí palizas porque muchos presos consideraban un desperdicio que me la pusiera en la cabeza”, explica por teléfono. “Yo me he puesto en el pelo cosas que nadie creería”.No sólo los varones con generosas matas de pelo se han visto afectados. Pedro Carnitas, de cincuenta años, se quedó calvo a los cuarenta y dos. Desde entonces, ha dejado crecer un mechón de pelo a un lado de su cabeza. “Uso la gomina y la cera para pegarlo a la calva, haciéndola invisible. Es un proceso largo que me obliga a levantarme dos horas antes cada mañana. Ayer salí de casa como un pincel pero a las tres horas el mechón empezó a caerse”, explica.Ahora, todos los empleados del supermercado del que es dueño y algunos de sus clientes conocen su secreto, por lo que Carnitas ha declinado utilizar saliva u otros sucedáneos para peinarse. “Ellos no lo sospechaban, hubiera podido seguir disimulando durante años”, dice. Demandará a la marca por daños y, dado que se verá obligado a raparse toda la cabeza para asumir la calvicie con dignidad, pedirá que el fabricante corra con los gastos de la peluquería.