viernes, 4 de marzo de 2011

CUANDO FUI SHERIFF

Como Marcel Proust con las sensaciones a las que devolvía el sabor de las magdalenas, así se presento de repente la inocencia de mi niñez, en aquel pasillo de la tienda de “Todo a 100 “.
Me encontré de bruces sin buscarla, embalada sin gracia, resaltaba entre un montón de bultos una estrella de Sheriff con sus correspondientes pistolas y esposas.
Así fue como recordé por unos instantes las visitas a la casa de mis abuelos. Tras el protocolo de los saludos y besos, me enfundaba mi traje de Sheriff, mi sombrero y el chaleco sobre el que colocaba mi estrella.
Estrella que me convertía en defensor de la ley y el orden frente a forajidos y ladrones. Recorría la casa en busca de ellos, historias alimentadas por mi admiración de series como Bonanza y películas del Oeste.
No entendía entones que pudiéramos salir a la calle desarmados, me sentía desnudo sin la protección de mi disfraz.
Aquellos pocos minutos en esa tienda, me devolvieron en un instante a mi infancia, a mis ilusiones de niño, al olor de la casa de los yayos y a su cariño de abuelos. A la nostalgia de la inocente felicidad de la niñez.