El evento comenzó de forma natural, cordial incluso, ubicados cada uno de los autores en una mesa y dispuestos a dedicar y firmar a diestro y siniestro los ejemplares que fuesen precisos. Tras tres cuartos de hora sin que se pasase por allí ni el Tato, un despistado acertó a entrar en el establecimiento y se dispuso a ojear los ejemplares dispuestos en las estanterías. Al parecer, el incauto comprador no terminaba de decidirse y Julio se acercó a él con ánimo de recomendarle la compra de su último texto. Antonio, molesto con el descortés gesto, se aproximó a ambos y recriminó duramente a su compañero de profesión su impulso de desleal competencia.
«Cada uno que se busque las habichuelas como pueda», le contestó Julio visiblemente molesto por haberle sido afeada su conducta en público. «Si no digo que no —replicó Antonio—, pero si le recomiendas mierdas como las que tu escribes, para pocos lectores que nos quedan, los vamos a terminar de espantar de mala manera.
A este pobre hombre más le valdría comprar mi novela si no quiere terminar abominando de la literatura». La incisiva respuesta provocó en Julio un ataque de ira y una subida de leche y, ni corto ni perezosos, se abalanzó sobre su adversario agarrándole por los pelos al grito de «Te vas a enterar tú de quién es el que escribe mierdas». Acto seguido, ambos se enzarzaron en una disputada pelea que terminó ganando Julio por KO técnico y una patada en los huevos que le propinó a Antonio en un descuido antes de que hiciesen acto de presencia las fuerzas del orden y una ambulancia de SAMUR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario