Como no podía ser de otra manera, Juan me ha citado a las puertas de un Carrefour. Su aspecto no es el de un cliente más: viste traje y lleva un maletín que no suelta en ningún momento. Insiste en entrar al supermercado “a comer”, cosa que no termino de entender. Mientras recorremos los interminables pasillos, habla de cómo la crisis ha beneficiado a los productos de marca blanca de la cadena, a la que se refiere en todo momento como si fuera parcialmente suya. Saluda a todos los empleados por el nombre de pila.
Tan convencido está de que “al menos una parte” de la empresa le pertenece que va ofreciéndome cualquiera de los productos de las estanterías para comer como si estuviera en su casa: abre paquetes de pistachos, prueba yogures, bebe refrescos… cuando se empeña en tomar un vermú en las sillas de cámping de exposición de la sección de jardinería, un par de guardias de seguridad hacen acto de presencia. Pese a prometer que les dará “días de libre disposición si nos dejáis tranquilos”, los guardias son insobornables y obligan a Juan a desembolsar todo lo que ha consumido.
Por suerte, vales de descuento no faltan -lo descubro cuando abre su preciado maletín- y Juan paga los productos sin discutir aunque, cuando salimos de la línea de cajas, tiene lágrimas en los ojos. “Esto es como cuando me expulsaron de la junta de accionistas. Y tengo dos millones de euros invertidos en esta empresa, merezco más respeto. Ya me la jugaron cuando tuve que tirar todos los vales de Pryca porque ‘ya no servían para nada’. No es justo”, dice indignado. No parece un buen momento para hacerle entender que si Carrefour pensara que sus cheques de descuento son equiparables a acciones de la compañía ni los regalaría ni los imprimiría en colores tan chillones.
Dado que no hemos podido terminar de comer dentro del súper, nos dirigimos al restaurante que hay junto a la entrada. Mientras esperamos que nos traigan una paella, Juan habla de lo mucho que ha trabajado para acumular tantos bonos. “Me he buscado dos o tres problemillas por abrir los buzones de los vecinos y recortar sus boletines de ofertas. ¿Pero para qué los querían? Hubieran comprado latas de atún o tejanos de mala calidad. Yo tenía un proyecto más ambicioso”, dice. “Ahora voy a acumular más vales. Al menos el doble. Admito que dos millones de euros es poco dinero para una empresa tan grande y que por eso quizá no me tienen en consideración. Pero si eso tampoco funciona iremos a los tribunales porque esto es de justicia”. Cuando llega la hora de pagar, el camarero le dice educadamente que los vales de descuento sólo se admiten en el súper. Tras mucho insistir y amenazar con “recortes de personal”, el camarero, más harto que asustado, le admite los vales y le deja marchar.
1 comentario:
jajaja que buenoo! :)
Me ha encantado lo del Pryca!! XD
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