Antes íbamos por carreteras sin peajes y curvas y mas curvas, una radio colgada del espejo, con las ventanillas bajadas si era verano y con bufanda si era invierno. Los viajes se amenizaban con discusiones familiares…, con paradas en pueblos a pie de carretera, donde te tomabas un par de huevos fritos con puntillas y pan de hogaza, si la economía era poca sacábamos los bocadillos para darle un mordisco entre curva y curva. Si tenias niños, tatareabas todo el repertorio musical infantil, hasta la afonía.
Multitud de paradas, pues los viajes duraban una eternidad, una parada porque, uno se mareaba, otra para tomar un café, otra porque la suegra también tenia derecho a mear, a igual que “Pipo” el perro de la pequeña, otra para preguntar por el destino, en alguna plaza de pueblo perdido. Cuando llegabas, venia lo más gratificante, descargar durante dos horas infinidad de paquetes repartidos por cualquier hueco posible, me río yo de la capacidad del maletero de los coches actuales.
Después de estar ubicados, dado de cenar a los enanos las sobras de las fiambreras, te fumabas un cigarrillo en tranquilidad y te ibas a dormir. Le metías mano a la parienta y ella dándose media vuelta, te decía: Manolo… ¡no…! que estas muy cansado…, déjalo para mañana.
“Coja la primera salida a la derecha”, decía la voz del navegador, lo que me hizo volver a la realidad, lo mejor es que esta noche seguro que me toca, no estoy nada cansado.
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