El infarto se atribuye al tabaco, no importa que le haya dado mientras hacia ejercicios gilipollescos en el gimnasio.
El cáncer de pulmón, también se lo atribuyen al tabaco, no importa que respiremos los tufos de los automóviles.
Dicen que el tabaco produce raquitismo en niños, cuando crecen en hogares de fumadores, cuando miles de nosotros hemos convivido con familias fumadoras y de raquitismo na de na.A nuestros gobernantes no les importa el sufrimiento del fumador, les importa conseguir, mediante números que su sufrimiento deje de estimular la piedad del prójimo, para convertirlos en motivo de segregación y repudio social. No se trata de negar los efectos nocivos del tabaco, sino de cuestionar este asedio de informaciones apocalípticas.
La propaganda del miedo amenaza con extender una enfermedad mucho más perniciosa que las enfermedades que se pretender combatir. Una sociedad que convierte la salud en excusa para la discriminación y los anatemas es también una sociedad enferma. La propaganda del histerismo, no contenta con atribuir al tabaco la paternidad de todas las calamidades, pretende imponer la creencia de que fumar atenta contra la urbanidad e infringe las reglas de convivencia.
A el fumador se le atribuye la permanencia a una secta que conspira contra la propia supervivencia, y así cada vez que encendamos un cigarrillo nos sentiremos como terroristas.Uno ya empieza a estar harto de esta retórica cochambrosa empleada por nuestros políticos, que se sirven del sufrimiento ajeno para justificar su voracidad impositiva ¿Como se puede justificar que, a la vez que se criminaliza al fumador, se le convierta en principal victima de las gabelas gubernativas?
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