Pero no es oro todo lo que reluce. Podríamos hablar de las cicatrices de su trazado por el paisaje y del impacto medioambiental.
Podríamos hablar del coste faraónico de su construcción y mantenimiento, que es un pozo sin fondo de dinero publico, ósea de todos nosotros.
Aunque no hubiera de sanear las cuentas publicas, recortar salarios y retrasar jubilaciones, no estaría claro que los beneficios de llegar a toda leche al destino compensen el gasto descomunal del AVE.
Justifican que la alta velocidad retirara coches de las carreteras lo que provocara menos gasto energético, menos contaminación y aumento de turistas.
Pero todo esto lo podía hacer un tren convencional, digo yo. Un tren convencional tiene menos coste y un mantenimiento muy inferior.
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