Su modus operandi resultaba tan elemental como ingeniosamente diabólico: aprovechando la proximidad de las fechas navideñas, los integrantes de la banda, tras disfrazarse de Papá Noel, se allegaban a almacenes y grandes superficies para ubicarse junto a las estanterías de adornos navideños permaneciendo allí completamente inmóviles, sin tensar un sólo músculo, durante varias horas a la espera del gili de turno. La incauta victima llegaba al establecimiento en busca de productos navideños para adornar su hogar y al contemplar a los diminutos delincuentes exclamaba alborozado «¡Joder!, qué Papa Noel más cojonudo para colgar en el balcón. Si parece talmente de verdad, pero en pequeñito».
Tras cargar con él bajo el brazo, se encaminaba a la caja para abonar su importe —a pesar de las reiteradas protestas de algunas cajeras que alegaban no disponer de adornos de ese tipo en la tienda—, llegaba a su domicilio y procedía a colgarlos de ventanas y balcones creyéndolos adornos navideños de moda.
Los pequeños delincuentes no tenían más que aguardar a que la casa se encontrase desocupada o a que sus inquilinos se encontrasen durmiendo para acabar de trepar por la baranda, acceder a la vivienda y arramblar con todo lo que se les ponía por delante. En menos de dos semanas que llevaban empleando tan peculiar añagaza, su práctica les había reportado un botín cercano a los 90.000 euros.
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