El cajero miro el reloj, y cuando iba a pronunciar algún reproche no vio el rostro de la mujer. Delante de el tenia en su lugar y a 50 centímetros una pistola esgrimida por una cara enfundada en Marie Claire, que deformaba su rostro. Con los pantalones mojados y su corazón a 16 válvulas turbo, busco con su vista al policía de la entrada que no encontró. Su mirada se paro al ver una silueta armada y bajo sus pies al guarda con los brazos extendidos.
¡Arriba las manos! Esto es un atraco, dijo una voz rota y enérgica, sin dejar de apuntarlo. Una carcajada quebró el silencio sepulcral que reinaba en el lugar. Todos giramos las cabezas hacia una persona de edad avanzada situado al final de la fila, sentado en una silla de ruedas.
¿Y tu de que coño te ríes? Dijo el atracador. ¡Levanta las manos! El hombre sin para de reírse movía dos muñones a la altura del hombro. ¡Deja de reírte! O te pego un tiro. El hombre sin inmutarse siguió riéndose. Un fuerte estruendo lleno la sala. Un disparo en el pecho hizo que la risa se apagara como su vida. Mientras los atracadores huyeron rápidamente.
La prensa informo al día siguiente de la muerte en un banco de un policía que había sido victima años atrás de un atentado de ETA.
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